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EL ITINERARIO

Las personas migrantes que no consiguen un visado o no han podido tramitar el pasaporte tienen dos formas de viajar a España. Una es la de llegar a la costa noroccidental de África, pagar el pasaje en una embarcación no apta para el embiste del oleaje, ocupar un hueco entre las treinta o sesenta personas que han subido a bordo, oler la gasolina que pierde el motor oxidado y rezar para no caer al mar. La otra forma es la de llegar a Marruecos, esperar el despiste de las autoridades, saltar la valla que los separa de Ceuta y Melilla, no rasgarse la piel con las concertinas y rezar para que no los detengan.

Pero antes de subirse a una zodiac, a un cayuco, a una patera o de saltar una valla de seis metros, las personas migrantes han de llegar a Senegal, al Sahara Occidental, al Norte de Marruecos o a Argelia. Desde Guinea-Conakri, Liberia, Costa de Marfil, Malí, Mauritania o Sudán emprenden la ruta hacia uno de esos cuatro destinos. Las personas más afortunadas, las que tienen pasaporte y dinero, son las que pueden viajar en avión hasta la costa, después están las que alternan las caminatas con viajes en todoterrenos o camiones. Las que cruzan el desierto, son las que lo tienen más difícil. Atraviesan Malí, Mauritania y Marruecos. Se desplazan bajo una temperatura que supera los 38 grados, con una cantidad de agua que se agota antes de que lleguen a su destino, en unos vehículos que se recalientan y con asaltantes que les roban en el camino.

Por lo general, cuando llegan a la costa no embarcan de forma inmediata. Primero han de reunir el dinero del pasaje. Por eso pasan meses en Mauritania, Marruecos o Argelia. Aquí buscan trabajo y un techo donde vivir hasta que pueden pagar a las mafias que les subirán a una patera o a un cayuco. Varias organizaciones, entre ellas el Groupe antiraciste d’Accompagment et de Défense des Etrangers et Migants, han denunciado la represión que sufren las personas migrantes en estos países de tránsito. Los arrestos, los desplazamientos forzados, los robos y el racismo son diarios. Estas mismas organizaciones denuncian que las mujeres sufren violencia sexual, secuestros, represión policial y un fuerte estrés emocional.