Puntual como de costumbre, a las nueve de la noche llega un autobús procedente de Bilbao. De él descienden Safiata, Débora, Mohamed Alí, Ibrahim y Allassane. Safiata saca su maleta del portaequipajes. El resto ha viajado con una mochila que se la cuelgan a la espalda. Junto al autobús, Eva, Ohiana y Karmele les dan la bienvenida. Son voluntarias del colectivo ciudadano Irungo Harrera Sarea y han ido para indicarles cómo llegar hasta el centro de acogida temporal que gestiona la Cruz Roja.
A las once de la noche llegará otro autobús y Eva, Ohiana y Karmele volverán a la estación para recibir a las personas migrantes en tránsito. Les indicarán que han de seguir las marcas amarillas que están pintadas en la acera. Esas marcas son el faro que les conducirá hasta el centro de acogida donde podrán descansar, asearse, recargar el móvil y comer.
Cada día llegan a Irun autobuses de línea procedentes de Bilbao, Valencia, Madrid o Algeciras. Entre sus viajeros siempre descienden entre dos y cuatro migrantes africanos que quieren cruzar a Francia. Como migrantes en tránsito, pueden pasar la noche en el centro de acogida que está en la calle Hilanderas, un gran edificio gris que se encuentra en una zona industrial, frente a una fábrica artesanal de cerveza y al Centro de Colecciones Patrimoniales de la Diputación Foral de Gipuzkoa.
Tras las indicaciones de Irungo Harrera Sarea, Safiata, Débora, Mohamed Alí, Ibrahim y Allassane caminan hacia el centro de acogida sin perder de vista las marcas amarillas. Veinte minutos después entran en el centro. Allí la Cruz Roja les recibe, registra su entrada, les da un brazalate azul con un número de entrada, les ofrece un kit de higiene y les informa sobre sus derechos.
En el centro podrán estar hasta una semana, aunque nadie quiere pasar tantos días. En general, tras una primera noche, se despiertan, se asean, desayunan, ven las infografías con información útil que las pantallas del centro proyectan, recogen su mochila o maleta y caminan la media hora que les separa hasta la plaza San Juan. Saben que en la plaza se reúne un colectivo que ayuda a las personas migrantes en tránsito.
Así es, todos los días, a las diez de la mañana Ion e Iñaki abren una mesa plegable en la plaza San Juan, mientras Eva, Iosune y Allassane despliegan a su alrededor unas doce sillas de madera. A esa hora el colectivo ciudadano Harrera Irungo Sarea comienza a atender a las personas migrantes en tránsito que llegan hasta ese punto de información de quita y pon.
Muchos días las sillas no son suficientes y Eva o Iosune van a buscar seis taburetes de plástico que guardan en un local a dos minutos de la plaza. Cuando todas las personas toman asiento, Ion e Iñaki les dan la bienvenida, les hablan en francés, la lengua que entiende la mayor parte de las personas que vienen de África occidental. Cuando alguien no comprende, Allassane traduce del francés al bámbara, un idioma que se habla en Malí, Guinea-Conakry, Burkina-Faso, Costa de Marfil, Gambia, Guinea-Bisáu, Mauritania, Níger y Senegal. A veces llegan sudaneses a la plaza, entonces Harrera Irungo Sarea divide a las personas en dos grupos: a un lado los francoparlantes, al otro los anglófonos. En cada grupo se coloca un voluntario que les habla en el idioma que comprenden.
A veces las personas migrantes llegan a la plaza uniformados con un chándal gris que les han dado en Cruz Roja. Entonces, Iosune o Eva les ofrecen la posibilidad de visitar un local que tienen a dos minutos de la plaza donde a modo de ropero, ordenado por tallas, tienen vaqueros, jerseys, cazadores, camisetas, calcetines y calzado. Allí pueden elegir el atuendo que más les guste y que sea cómodo para la marcha.
Durante una hora y media Harrera Irungo Sarea les informa sobre cómo hacer un recorrido seguro, les alerta de los peligros del río Bidasoa y de las estafas de los pasantes, les menciona los motivos por los que se puede pedir asilo en Europa, les recalca la importancia de guardar cualquier tipo de documentación y les pregunta sobre sus orígenes y los itinerarios que han recorrido.
La mayor parte de los hombres vienen de Guinea-Conakry o de Malí. Las mujeres proceden casi en su totalidad de Costa de Marfil. Todas las personas han pasado por Marruecos y desde allí han cruzado el Atlántico hasta Canarias o bien han saltada la valla de Ceuta. La mayoría quiere llegar a Francia, algunas personas a Inglaterra, unas pocas a Alemania.
En ocasiones, las mujeres migrantes llegan con sus hijas e hijos que tiene entre pocos meses a ocho años. A estas edades es difícil mantener a las criaturas sentadas durante una hora y media. Laila, por ejemplo, tiene siete años y en sus manos lleva una muñeca rubia y blanca que le han regalado en Canarias. Mientras su madre atiende las explicaciones, Laila juega con su muñeca o se entretiene con otras niñas que han venido a la plaza.
Tras escuchar la información, todas las personas ayudan a recoger la mesa, las sillas, los taburetes y los carteles. Se despiden muy agradecidos por la atención y emprenden su camino hacia Francia. Algunas personas logran cruzar a la primera, otras lo intentan varias veces. Una vez en Francia, han de llegar a Bayona, una localidad a cuarenta minutos en autobús. Allí la asociación Etorkinekin los acoge en un centro donde podrán pasar unos días hasta que puedan dirigirse a sus localidades de destino.
Con una gran capacidad de esfuerzo, con una fuerte solidaridad entre las personas migrantes y con algo de ayuda ciudadana, mujeres como Safiata, Débora, Salama, Fata, Laila y hombres como Mohamed Alí, Ibrahim y Allassane inician en Europa una nueva vida.