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Fata tiene 22 años, también es marfileña, pero a diferencia de Saida, nunca ha ido al colegio. Su viaje ha sido más largo y difícil que el de su compatriota. Salió de su país en 2020, pagó el pasaje en un camión y atravesó de forma clandestina las fronteras de Malí, Mauritania y Argelia. Su destino era Marruecos, pero Fata no tenía dinero para llegar hasta allí.
En Argelia bajó del camión y se buscó la vida para reunir la cantidad necesaria para comprar un nuevo pasaje. Trabajó limpiando en una casa hasta que dos meses más tarde reunió el dinero. Después se subió en una camioneta, junto a otras personas migrantes, y los pasantes la condujeron a Marruecos. Todavía le quedaba un paso más para llegar a Europa: ahorrar para pagar una plaza en una zodiac o patera. Así que, aceptó el trabajo que le ofreció una familia morroquí: limpiar su casa y cocinar comida africana.
Tras medio año en Marruecos, pudo subirse a una zodiac. Con ella viajaban otras treinta y seis personas. Fata era una de las seis mujeres que ese día hicieron el trayecto hasta las islas Canarias. Se alegra de no haber tenido ningún susto durante la travesía. Sabe que si la zodiac hubiera volcado o las olas les hubiera movido como en una montaña rusa, ella hubiera sido de las primeras personas en morir. La muerte también tiene género.
Las mujeres tienen una mayor probabilidad de morir en el mar que los hombres. De hecho, diez de cada cien mujeres que cruzan el Atlántico mueren en el intento, mientras que en el caso de los hombres pierden la vida cinco de cada cien. La distribución de los pasajeros es la responsable de esta diferenciación. Si una ola les embiste, los hombres, al viajar en los extremos de la embarción, tienen una sujeción donde agarrarse, en cambio, las mujeres, sentadas en el centro, no tienen donde sujetarse. Ante un fuerte oleaje, las zodiac son como un barco de papel y las mujeres y los niños como las letras que desaparecen de la hoja mojada.
Casi dos años después, cuando sobre la baldosa de la plaza San Juan caen las últimas flores de los almendros, Fata se sienta junto a Saida. Sabe que su condición de migrante en tránsito no ha terminado: le queda por cruzar la frontera entre España y Francia.