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Halima salió de Costa de Marfil con su hija de tres años. Su trayecto fue largo porque no tenía dinero para pagar un viaje directo desde su país hasta Marruecos, así que, hizo unos tramos en camioneta y otros caminando. Cuando llegó a Marruecos vivió unos meses en Nador donde hay un campo de refugiados. Después se instaló en El Aaiún, en el Sahara Occidental. Allí trabajó en el servicio doméstico. Tardó dos años en reunir el dinero para comprar un pasaje en una zodiac. Para ella el mar fue lo más duro. Sabía que las embarcaciones vuelcan, que los pilotos pierden la ruta, que los motores se paran, que la gente se ahoga, pero era el único camino que tenía para alcanzar Europa.
Halima tiene familiares en París, entre ellos su primo que es el padre de su hija. Se casó con él porque la obligaron, aun así, no volverá con su marido. Aquel hombre la violaba cada vez que tenía apetito sexual y le pegaba cuando no hacía las cosas como él quería. Pero su marido reclama a su hija, por eso Halima ha atravesado toda España, ha llegado a Irun, ha cruzado la frontera y en París le ha entregado a su hija. La niña ha de estar con su familia, con la familia que la sacará adelante.
Halima quiere vivir en Francia porque cree que la vida será mejor que en su país. Pero París es una ciudad difícil para una mujer migrante y negra. Después de dejar a su hija, se trasladó a Besançon, una localidad mucho más pequeña y manejable que la capital. Aquí ha pedido asilo y, mientras esperaba una respuesta, alquiló una vivienda.
Tras cinco meses en Besançon, una mañana, cuando Halima salía de la ducha sonó el timbre de su casa. Se enfundó en un albornoz y abrió la puerta. Era la policía que la obligaba a marcharse del país. Le comunicaron que el asilo debía demandarlo en el país por donde había entrado en Europa y ese era España. La policía le concedió unos minutos para vestirse, para guardar sus pertenencias en una maleta y despedirse de Besançon. No importaba que su hija de seis años estuviera en París, que el idioma que hablara fuera el francés, que no entendiera nada de español, que no tuviera familia o amigos en España. La llevaron al aeropuerto y le pagaron un pasaje a Madrid.
Halima no se rinde. En Madrid ha subido a un autobús que le ha traído hasta Irun. Ha caminado hasta el centro de Acogida Temporal donde, como dublinada, podrá dormir una noche. Después intentará cruzar una vez más al país donde está su hija, al país donde cree que la vida será mejor.